El Domingo de Pascua celebramos la resurrección de Jesucristo de entre los muertos que iremos rememorando los domingos de todo el año. El triunfo del Señor resucitado sobre el pecado y la muerte es el acontecimiento que fundamenta de nuestra fe cristiana. Nos configura como creyentes y transforma de raíz nuestra vida.
Jesucristo nos hace partícipes de su victoria. Los cristianos estamos llamados a ser testigos del gozo Pascual. La resurrección del Señor no la podemos dejar de anunciar al mundo entero. A todos afecta y nadie está excluido de recibir el don de la vida eterna que Cristo nos ha posibilitado con su muerte y resurrección.
La fuerza que infunde en nosotros el Espíritu del Señor resucitado por el bautismo nos posibilita empezar a nacer a una vida nueva, cuya plenitud alcanzaremos cuando participemos plenamente de su Pascua. Mientras tanto, la experiencia del Señor resucitado nos impulsa a una vida renovada en Cristo para ser sus testigos ante los demás.
Vivir como resucitados es el desafío que asumimos como cristianos. Lo que motiva nuestra entrega diaria y nos convierte en luz para cuantos nos rodean. La fe en la resurrección de Jesús será el proceso ineludible para convertirse en creyente (cristiano). La lectura de la Palabra de Dios del Domingo de Pascua marca el itinerario de todos.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43:
"En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea»…"
Salmo 117:
R/ «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo…»
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 1-4:
"Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios;…"
Lectura del Santo Evangelio según Juan 20, 1-9:
"El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro…".
Proclamamos el Domingo de Pascua en el Salmo Responsorial que “este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”, porque ¡Cristo ha resucitado! “La piedra desechada por los arquitectos” al crucificarlo, se ha convertido en “la piedra angular” por su resurrección de entre los muertos. El himno que proclamó Jesús con sus discípulos en la cena pascual rememorando la gesta liberadora de Egipto, se convierte ahora con su resurrección en el cántico de la definitiva Pascua, la liberación del pecado y de la muerte.
Este gozo inmenso lo hemos de dar a conocer. Los cristianos no podemos ocultar al resto de la humanidad lo central de nuestra fe tal como nos enseña Pedro en la primera lectura. Creemos que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que pasó por esta vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el poder del mal, fue crucificado y resucitó al tercer día. El acontecimiento que nos constituye en creyentes nos convierte por el bautismo en testigos de lo acontecido en Jesús y en cada uno de nosotros por el Espíritu. La resurrección de Jesús es la Buena Noticia que los cristianos hemos de anunciar a la humanidad para que su esperanza se ilumine de sentido. Si aspiramos a un mundo mejor, necesitamos además de los avances científicos y el desarrollo social, aprender a amarnos, a vivir haciendo el bien sin exclusiones, tal como nos enseñó Jesús y que insertos en su pascua participemos de la plenitud de su resurrección.
Impulsados por el Espíritu, el Domingo de Pascua nos invita a ser mediadores de la fe para aquellos hombres y mujeres cuyas vidas no se han encontrado aún con la experiencia de Jesús resucitado. Nos duele profundamente ver a nuestro alrededor a tantos hombres y mujeres, incluso familiares nuestros, amigos y conocidos, sin la experiencia creyente dando sustento a sus vidas. No es fácil ser creyente. Hemos de reconocer que tampoco nosotros hemos facilitado siempre que otros se abran a acoger la gracia en sus vidas por nuestra falta de testimonio. Todo es necesario: la disposición personal y el testimonio creyente.
Muchos siguen viendo solo un sepulcro vacío, unas vendas y un sudario en el suelo sin que esto les genere mayores interrogantes. El cuerpo de Jesús pudo haber sido robado, escondido, puesto en otro lugar. Todo es posible. El Evangelio es muy iluminador en este sentido. Aunque veamos “la losa quitada del sepulcro” - no está Jesús entre los muertos -, hay que mirar en su interior con los “ojos de la fe”. María Magdalena echa a correr cuando todavía tenía oscurecida su mente por el dolor y no se había iluminado con el encuentro personal con quien reconocerá como a su Maestro (Rabbuní). Pedro, aunque sea el primero en entrar al sepulcro, no se convertirá en testigo de la resurrección hasta que no haya reparado el vínculo roto con la negación. Solo el “discípulo a quien Jesús quería” es quien corre más y es el primero en entender que debía de resucitar de entre los muertos tal como decían las Escrituras. La fe no deja de ser un don pascual y un proceso individual.
La fe no se impone, no se obliga, menos aún se logra con amenazas. Tampoco se da automáticamente por tradición. Ni es suficiente con haber recibido el bautismo de pequeños. Requiere la disposición personal, la libre determinación interior de abrirse a la gracia y pedir lo que el Espíritu a nadie le niega: la experiencia del encuentro personal con Jesús resucitado. Ahí sí los creyentes podemos interceder, pidiendo el don de la fe para cuantos todavía no la han experimentado en su vida.
Pero, sobre todo, es nuestro propio testimonio creyente lo que puede ayudar a quien no cree a preguntarse: ¿puede ser que Jesús haya resucitado y por eso el sepulcro está vacío? Dando testimonio de cómo vivimos el bautismo nos podemos convertir en instrumentos del Espíritu para la fe de otros. Nos enseña Pablo en la segunda lectura que el cristiano unido a Cristo por el bautismo participa de los dones del misterio pascual, una plenitud que se alcanzará en la parusía pero que nos permite desde ahora vivir el día a día en Cristo. Nuestra vida está en Cristo, en sus valores, en su proyecto de vida, en procurar superar todo aquello que nos encierra en el egoísmo y la indiferencia ante el dolor humano, hasta que participemos por la muerte en su destino final: la resurrección.
En este Domingo de Pascua es importante que nos preguntemos: ¿Cómo vivo mi fe en Jesús resucitado? ¿Qué testimonio doy como creyente que pueda invitar a otros a la fe?
Publicado el domingo 20 de abril del 2025